jueves, 9 de abril de 2015

ISHTAR





Comenzó su ritual. Ishtar avanza pausada, sin prisa, hacia  el  borde del agua.  Deja caer su túnica  y  una luna pálida  ilumina  el cuerpo desnudo.

Olores de hierbas milenarias embriagan  los sentidos, y la vida, oculta en la vegetación, late en el silencio  de la noche.

 Moja sus pies. Ante ella,  un hermoso rostro de mujer  se dibuja ondulante en la superficie movediza del río. Desde el  otro lado del espejo  la mira a los ojos con fijeza  y lee su mente mientras  le sonríe con complicidad, conocedora  de todo lo que  habita en ella.

La diosa  sigue avanzando   y  lentamente  el agua sube por sus piernas , por sus muslos, por su cintura,  por sus pechos,  por sus hombros, hasta cubrirla -al fin- toda.

Un mundo ingrávido, intemporal,  la acoge

Extiende sus brazos y  se mueve como un pez. Nada entre las copas de los árboles que se hunden en el lecho del río y una corriente  suave la empuja  sin violencia,  envolviéndola como una caricia leve, besándole los párpados,  anegando sus labios. 


Hay  luces y sombras en ese inframundo de agua poblado de seres mitológicos con apariencia humana y máscaras cambiantes. Ante la diosa, los genios del río adoptan las más bellas facciones imaginadas.  

Entonces, Ishtar piensa en su amante, en la ansiedad que debe provocarle la espera, en  cómo  la imagina - en su urgencia -  ofreciéndose a él como un regalo del cosmos, teñida de luna y oliendo a madreselva. Sabe que él la espera, que todo el ser del hombre tiembla ante la imagen deseada – Venus naciente de mirada oscura y carne palpitante :
     “ella  estará  vaciando sus manos de  agua cargadas de esencias por su cuerpo  y cada rincón de su piel  será el cielo - ¡mi cielo!-  un cielo que  nadie alcanza, paraíso exclusivo de mis sentidos, de mi ansia  nunca saciada de ella”.
 Sonríe  colmada de sensualidad  y piensa en el mortal sin rostro, en sus brazos , en su boca – buscándola - en la fuerza controlada de su empuje,  en su  ardor sin límite, en el grito salvaje que preludia los cuerpos ya vencidos…


 La noche,  deshecha en jirones argénteos,  se tiñe de una bruma extraña   El  río abre su espejo y  emerge un cuerpo  bañado en luna 

Entre la vegetación, diminutos  seres zoomórficos observan la silueta desnuda de la diosa,  enigmática, en blancos y grises,  salpicada de  pequeñas perlas de agua  que van deslizándose  lentamente por las líneas del rostro,  se detienen en los labios,  descienden con languidez atrevida  a lo largo de su cuello, rozan como una lengua húmeda el contorno de sus pechos y terminan perdiéndose -  como un amante enloquecido - en los valles  profundos de su cuerpo.