viernes, 20 de julio de 2018

MUSICA ET ANIMA INTRA VERBA


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 Las palabras escritas resuenan en el cerebro del lector como la música que  contiene una partitura y sus ecos, recreados en la memoria, nos sugieren - a veces -  bellas sinfonías. Llevan impreso un ritmo y se combinan creando melodías y cadencias más allá de su significado inmediato.

 Toda frase, todo texto, es una composición que transporta y deja al descubierto el alma de su autor. Poco importa a un receptor sagaz, entrenado en la lectura,  el afán de encubrir o silenciar quiénes somos bajo un manto de palabras. El alma, antes o después, escapa siempre de su cárcel y se abre paso entre las letras, jugando al escondite tras los significados.

 La carta, ese género intenso cuando comunica el mundo íntimo, está llena de armónicos, vibraciones que sobrevuelan sobre lo explícito sin decirse y suman su color al escrito, haciéndonos amar o detestar a su creador.   

Como  la música, las cartas entre amantes vienen salpicadas de silencios. Silencios necesarios que envuelven hileras de palabras y dejan suspendidos pensamientos cruzados del remitente y el destinatario, Silencios enigmáticos donde se dice lo que no se dice y se explica lo que no tiene explicación. Silencios que esconden el  deseo de un silencio más largo, donde las palabras no tengan sentido y sean los cuerpos los que hablen su críptico lenguaje, ése que sólo ellos conocen. 

domingo, 8 de julio de 2018

SOBRE LA SEDUCCIÓN

SOBRE LA SEDUCCIÓN
(Reflexiones a partir de un texto de Marco Denevi)

"El espíritu, cuanto más fino, menos soporta la reiteración: Don Juan es un refinado que, vista la incurable monotonía del diálogo amoroso, no tiene otra escapatoria que cambiar de interlocutor."
                                                                                                                             (Marco Denevi: "Falsificaciones")


Lo interesante de este breve texto es el juego inverso que hace Denevi: Parte de una aseveración que nadie tendríamos inconveniente en admitir como válida, porque vemos natural - y aun necesario - que un espíritu refinado huya de la repetición, de lo ya manido que nada nuevo le aporta, y prefiera la búsqueda de lo que le sorprende, de lo que enriquece su mente y su alma. Y de ahí, infiere - aplicando la lógica - un nuevo enunciado cargado de un cinismo irónico: debe ser el refinamiento de Don Juan lo que le empuja inevitablemente a cambiar de amantes, buscando así nuevos interlocutores que lo saquen  del aburrimiento (“incurable monotonía”) de un diálogo amoroso repetido. 
No creo que a Denevi le interesara lo más mínimo -al menos en este texto -el juicio moral, ni psicológico, ni de ningún otro tipo del personaje de D. Juan. Es un puro juego de ideas con el que llega a crear cierta incomodidad en aquel lector que, preso en su moral granítica, no es capaz de “dejarse seducir” por la inteligente ironía que nos sugiere.
Sin duda, en toda seducción ha de intervenir el intelecto tanto del seductor como del seducido, de manera que, a lo largo del proceso, se produzca una alternancia de roles y se sientan mutuamente atraídos porque ambos han desplegado su poder de fascinación sobre el otro. Esta alternancia, en ningún caso ha de interpretarse como una “lucha de poder”; más bien es una muestra - espontánea  en los dos, pero consciente y no exenta de cierta intención - de aquello que puede embellecer la vida del otro (rol del seductor), y a su vez, de la capacidad de apreciar en lo que vale ese “regalo” ofrecido, dejándose arrastrar por la belleza y estímulo que pone el otro en su vida (rol del seducido).
Cuando los sujetos dejan de experimentar esa doble retroalimentación y se fijan los papeles sin posibilidad de más alternancia, porque uno de los dos adopta un rol pasivo y estático,  el juego deja de ser interesante y aburre: la seducción como motor de la relación desaparece, derivando a otras cosas...o a nada. Por eso, el refinado y seductor Don Juan de Denevi se ve obligado a abandonar el tablero de juego cuando él mismo deja de sentirse seducido y sólo queda la “incurable monotonía del diálogo amoroso”.
Por otra parte, la seducción no conlleva necesariamente sexo – aunque puede acompañarla – ni comporta la posesión del otro. Desde luego, el proceso genera una fuerte atracción mutua en donde tiene cabida la relación física, pero ni siempre es el objetivo, ni siempre se da. 
Así entendida, la seducción es, sobre todo, “un arte de mayores” en el que ambos sujetos son protagonistas activos, alternando sus roles de "seductor" y "seducido" en un proceso que se desarrolla en el tiempo y  exige de ellos respuestas conscientes, intencionadas y con continuidad,  si no quiere perecer de aburrimiento.