viernes, 20 de julio de 2018

MUSICA ET ANIMA INTRA VERBA


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 Las palabras escritas resuenan en el cerebro del lector como la música que  contiene una partitura y sus ecos, recreados en la memoria, nos sugieren - a veces -  bellas sinfonías. Llevan impreso un ritmo y se combinan creando melodías y cadencias más allá de su significado inmediato.

 Toda frase, todo texto, es una composición que transporta y deja al descubierto el alma de su autor. Poco importa a un receptor sagaz, entrenado en la lectura,  el afán de encubrir o silenciar quiénes somos bajo un manto de palabras. El alma, antes o después, escapa siempre de su cárcel y se abre paso entre las letras, jugando al escondite tras los significados.

 La carta, ese género intenso cuando comunica el mundo íntimo, está llena de armónicos, vibraciones que sobrevuelan sobre lo explícito sin decirse y suman su color al escrito, haciéndonos amar o detestar a su creador.   

Como  la música, las cartas entre amantes vienen salpicadas de silencios. Silencios necesarios que envuelven hileras de palabras y dejan suspendidos pensamientos cruzados del remitente y el destinatario, Silencios enigmáticos donde se dice lo que no se dice y se explica lo que no tiene explicación. Silencios que esconden el  deseo de un silencio más largo, donde las palabras no tengan sentido y sean los cuerpos los que hablen su críptico lenguaje, ése que sólo ellos conocen. 

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