Recostado en su sillón, un hombre mira con fijeza hacia la ventana que tiene enfrente. La lluvia golpea con furia el cristal y en la habitación, apenas iluminada por una diminuta lámpara modernista, suena la 4ª sinfonía de Sibelius. Es madrugada. Busca una manada de caballos alados cruzando el cielo y sólo encuentra la negrura de la noche. No hay batir de alas, ni siente galope alguno, sólo el zumbido de un viento frío venido de otros mundos responde a su insistencia.
El agua que corre por el cristal simula palabras en movimiento, cambiantes. Se forman y un segundo después se deshacen para volver a dibujar nuevos términos en un alfabeto desconocido.
(Se oye aullar un perro al otro lado de la ventana) .
Misteriosos jeroglíficos prendidos de la memoria emergen en la mente del hombre, mensajes encriptados en números y letras en una arquitectura de frases imposibles. Un vértigo incontenible se apodera de él. Su cuerpo pierde consistencia.. Como dardos lanzados certeramente, las palabras - que todo lo llenan - taladran su piel, atraviesan su carne, se adhieren a sus órganos internos y hasta su aliento expele palabras.
( El perro ha dejado de aullar)
La sinfonía de Sibelius sigue sonando y afuera sigue lloviendo. En la habitación, la lámpara modernista alumbra un sillón vacío sobre un suelo de palabras.
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